La Tormenta Perfecta Mayo 2021

 LA TORMENTA PERFECTA 

Hace algunos años, una película basada en un hecho real mostraba como una tripulación muy capaz, entrenada, con una actitud encomiable, sorteaba una gran tormenta en el medio del mar. Ante cada situación terminal, los tripulantes resolvían con creatividad, coraje y sabiduría el desafío y cuando todo parecía controlado, un nuevo evento, inédito, inesperado, impredecible los volvía a azotar una y otra vez. 

Resistían y luchaban por sus vidas, por su embarcación que de alguna manera era su medio de vida, su capital y más aún, su propia cultura, para eso se habían preparado. Finalmente, La Tormenta Perfecta acabó con ellos. Pudo vencer cada uno de los escollos que la tripulación le puso en su camino y logró hundirlos. 

No puedo evitar la analogía con dicha película a la hora de analizar la situación del sector agropecuario de nuestro país. Una y otra vez vienen esas imágenes a mi mente. 

En un mundo que busca solución a los problemas, en nuestro país logramos generar un problema para cada solución. 

Indefectiblemente transitamos ese camino una y otra vez. Veamos el cuadro de situación.

El mundo es altamente demandante en alimentos, cada vez más, tanto por razones cuantitativas (la población aumenta) como cualitativas, determinados segmentos de economías que crecen aumentan su consumo. 

En este escenario, los países capaces de generar alimentos se encuentran en una situación geopolítica estratégica para abastecer esos mercados, probablemente tan importante como lo han sido hasta ahora los países petroleros. 

Nuestro sector agropecuario es un actor principal en ese escenario global, tanto por sus niveles de productividad y competitividad, basados en un desarrollo tecnológico líder, como así también por los volúmenes de producción que se alcanzan y el potencial de crecimiento de que disponemos.

 Basados en las premisas anteriormente mencionadas, sería razonable imaginar que las políticas de estado estarían enfocadas a acompañar y potenciar esas ventajas comparativas a fin de generar un desarrollo económico sustentable para nuestro país. 

Disponemos del recurso natural, tecnologías, recurso humano y experiencia para hacerlo, no necesitamos más, de hecho, la producción agropecuaria es la principal fuente de ingresos de divisas de nuestra Nación, generando aproximadamente dos de cada tres dólares ingresados a nuestras arcas. 

Los productores agropecuarios competimos de manera directa con los demás productores del planeta, no lo hacemos con nuestro vecino, nuestros verdaderos competidores se encuentran dispersos por las diferentes latitudes de la tierra, con diferentes potenciales de producción y bajo diferentes políticas agropecuarias.

 Mientras en el mundo, el sector productor de agroalimentos es protegido, en la mayoría de los casos subsidiado, en nuestro país es el sector agropecuario el que subsidia al Estado, que a su vez no sólo no lo protege, sino que establece regulaciones que en muchos casos hacen cada vez más difícil sostenerse. 

Como siempre planteo en mis escritos, el primer problema es considerar al productor agropecuario argentino como un todo indivisible, sin considerar aspectos centrales como la regionalidad y particularidad de las distintas producciones. 

Este concepto básico sobre el cual se debería construir una política de Estado a largo plazo que contemple las particularidades de las diferentes áreas geográficas, genera la primera gran distorsión en la toma de decisiones, igualando a un lanero patagónico con un yerbatero misionero o un sojero de la pampa húmeda. 

Cada vez que algún sector logra con esfuerzo desarrollar una determinada producción e insertarse en un mercado, medidas regulatorias creadas de la noche a la mañana, intervienen la actividad disminuyendo su competitividad y en algunos casos destruyendo el negocio. Una y otra vez. 

Creamos organismos para fomentar la producción ganadera y difundir la calidad de las carnes en el mundo, ponemos los rodeos en marcha y toda la industria y cuando estamos en plena expansión cerramos las exportaciones. La consecuencia, pérdida de más de 10 millones de cabezas, cierre de un centenar de frigoríficos, miles de personas desocupadas, mercados que costaron años conquistar se pierden, dejando el camino libre a nuestros competidores. 

Logramos quintuplicar nuestra producción granaria e intervenimos las exportaciones ya sea regulando volúmenes o aplicando retenciones arbitrarias. 

Queremos que vengan inversiones a nuestro país de todo tipo (energía, tecnología, automotrices) pero no permitimos la inversión extranjera en el desarrollo de tierras productivas. En este punto es importante aclarar que las primeras no quieren venir o se están yendo y las agropecuarias luchan contra la Ley de tierras que regula la Inversión extranjera hace años tratando de entrar. 

Para que sea sencillo de entender, si un inversor extranjero quiere invertir en Vaca Muerta, lo vamos a buscar, le pagamos el pasaje, le ponemos una alfombra roja para recibirlo y generamos una legislación especial para protegerlo. 

Si ese mismo inversor quiere venir a producir agroalimentos no puede, así de sencillo. Para que el panorama futuro sea mucho más complejo la Ley de Extranjerización ha paralizado el ingreso de inversores extranjeros y por ende de dólares frescos que en su mayoría iban al desarrollo de nuevas tierras marginales hoy improductivas y que de ahora en más serán sólo parte del paisaje de provincias condenadas definitivamente a la pobreza, aumentando el éxodo rural hacia las ciudades que siguen abarrotando miseria en su derredor. 

Se preocupan por la migración rural hacia las ciudades, generando inmensos bolsones de pobreza e indignidad y seguimos con políticas que destruyen las economías regionales y consecuentemente expulsan a sus habitantes.

 Proteger las tierras ya productivas de la inversión extranjera puede tener algún sentido, pero no poner en producción millones de hectáreas, localizadas mayoritariamente en las provincias menos desarrolladas, que podrían en corto plazo generar trabajo e ingreso de divisas no tiene lógica. 

Se necesitan unos 30 mil millones de dólares para incorporar unas 6 millones de has más a la producción, sin inversión extranjera es una utopía. La tierra improductiva no tiene ningún valor en sí misma. El mundo busca afanosamente donde invertir para producir alimentos y nuestro país se retira del mercado. La Argentina profunda se hundirá irremediablemente. 

A los que quieren venir les decimos que no y vamos a buscar a lo que no les interesa invertir o que exigen condiciones ridículamente ventajosas para hacerlo, generalmente que el Estado (o sea todos nosotros) garanticemos de alguna manera su rentabilidad. Producimos de las mejores carnes y vinos del mundo a la mitad del valor y fabricamos los peores automotores al doble del costo. Sin embargo, elegimos subsidiar a la industria automotriz, para generar un producto que en el mundo vale la mitad. 

Tenemos actividades altamente competitivas como el sector agropecuario, el de medicina y farmacéutica o el de informática, a los cuales se los castiga y subsidiamos actividades que no tienen ninguna chance de competir. 

La humanidad migra al teletrabajo y legislamos en contra del mismo. La educación y consecuentemente el conocimiento son las llaves del desarrollo de la humanidad y nosotros no podemos definir un modelo educativo adecuado al mundo que se viene, utilizando programas que ya eran vetustos cuando yo era alumno en el siglo pasado. 

Queremos introducir tecnología de punta a nuestro país, pero no estamos dispuestos a respetar las patentes de los obtentores. 

El Estado, principal terrateniente del país, discute la posibilidad de redistribución de las tierras privadas. Buscamos desarrollar energías alternativas como los biocombustibles y permanentemente se pone en jaque al sector productor poniendo en riesgo su subsistencia. Como pretendemos que el mundo nos crea si nosotros mismos no creemos. 

El gobierno de turno sale al mundo a pedir crédito y el siguiente viaja a explicar por qué no vamos a pagar. Es imposible pensar en un marco de incertidumbre permanente afianzar los proyectos de inversión del sector. 

Tomemos el caso de algunas economías regionales, por ejemplo, los productores de vid, nogales, almendras, pistachos o frutales. Deben realizar inversiones intensivas hoy para empezar a ver los frutos de su esfuerzo dentro de 4, 5 o más años. O un ganadero de ciclo completo que necesita 3 o 4 años para terminar un animal. Sobre que escenario proyecta su inversión en un país en el cual no sabemos qué va a suceder la semana que viene, donde por un simple decreto se cambian todas las reglas de juego.

 Los precios internos uno de los principales argumentos de las políticas intervencionistas sobre los agro alimentos es el precio interno al público. Tomemos un ejemplo sencillo de precios en góndolas de supermercados; a los efectos de hacerlo más ilustrativo considere tres países europeos, USA y tres países vecinos como Chile, Uruguay y Brasil. Los valores argentinos están tomados a dólar oficial.


De este sencillo análisis podemos deducir que el problema no radica en que nuestros productos en Argentina son caros, el problema es que somos pobres. Cada vez más pobres.

Reitero que los valores de Argentina de los cuadros anteriores son a dólar oficial, pueden ustedes hacer el ejercicio de compararlo con dólar MEP, por ejemplo.

Los precios de los alimentos aumentan o disminuyen igual para todo el mundo y en esos países la inflación está por debajo a los 4 puntos anuales, incluyendo los de nuestra región, prácticamente la misma inflación que tenemos nosotros cada mes.

Mi mayor preocupación es escuchar a los que deben tomar las decisiones de políticas agropecuarias argumentar que el problema es el alza de precios en el mundo y que nuestro estigma es que somos grandes exportadores de alimentos. No imagino al gobierno japonés preocupado por ser un gran exportador automotriz y que el precio de sus vehículos mejore internacionalmente, o a los neozelandeses cerrando su comercio internacional de leche, porque el queso en Auckland está caro. 

Si es solo parte de un discurso es realmente triste, pero mucho más grave es si realmente creen que ese es el problema, lo cual sería fatal pera nuestras aspiraciones de desarrollo.

Si el diagnóstico es equivocado el tratamiento es absolutamente inútil, con un final anunciado.

Como ejemplo, las exportaciones de carne crecieron entre 2015 y 2019 un 325 % y en términos reales (ajustado por inflación) el precio del asado cayó el 32 %

El verdadero desafío es incrementar el poder adquisitivo del consumidor y no destruir el sistema de precios que tarde o temprano va a colapsar al sector productivo.

Con un sector productivo que se reduce, menos asalariados, inflaciones anuales por sobre el 40 %, el esfuerzo debe centrarse en estimular el aumento de la producción sin duda alguna, no en castigarla.

Tenemos un paciente con una pierna enferma y le amputamos la sana.

Para sustentar con datos lo antes expresado me parece atinado ver el siguiente análisis.

En el costo del pan, el trigo representa el 13 % del precio y los impuestos el 22 %.

En la leche, la materia prima representa el 35,2 % y los impuestos el 26 %.

En la carne el ganadero criador participa del 30 % del precio final y los impuestos representan el 28 %.

Algunos aspectos a tener en cuenta sobre el sector agropecuario y agroindustrial argentino.

a)       El sector agroalimentario es 6 veces más competitivo que las exportaciones sumadas de todos los demás rubros.

b)      Es el único sector que obtiene superávits comerciales.

c)               Representa el 22 % de la mano de obra privada de nuestro país.

d)      No requiere de subsidios estatales.

e)      Es la principal fuente de ingresos de divisas.

f)        Es una actividad absolutamente federal que se desarrolla en cada rincón de nuestro territorio.

g)       Su desarrollo permite el arraigo en las zonas productivas, evitando migraciones internas.

h)      Mientras todos los sectores de la economía han decrecido en los últimos 20 años, el sector agropecuario y agroindustrial mantiene un crecimiento anual del 2 %, es decir hoy produce un 50 % más que hace dos décadas.

 

Considero importante aclarar que este análisis no se basa sólo en el momento actual, sino que engloba las políticas agropecuarias de los últimos 60 años, con diferentes matices, pero con un denominador común, la incertidumbre, basada en la impericia de los responsables de las decisiones, al igual que en la película no sabemos de qué lado va a venir la ola que nos hundirá.

Nos empecinamos en desarrollos industriales que no son sustentables, sobre todo en un país donde tenemos severas limitaciones energéticas. No alcanza la energía eléctrica en verano y el gas en el invierno. No disponemos de tecnologías propias y el recurso humano es limitado para ese tipo de actividades.

En realidad, el sector agropecuario se hace cada vez más preponderante porque el resto de las actividades económicas se caen a pedazos.

Otro fenómeno interesante en las políticas agropecuarias es la contraposición de medidas que se toman desde las diferentes carteras, como si el poder estuviese segmentado, fraccionado. Se promulgan decisiones desde el Ministerio de Agricultura que son luego desautorizadas por las políticas del Ministerio de Economía o de la Secretaría de Comercio o por la misma Cancillería.

Misiones comerciales para el desarrollo de nuevos mercados que implican grandes esfuerzos económicos y de tiempo que luego se desvanecen cuando la política exterior de nuestro país decide cambiar los alineamientos geopolíticos.

Por un lado, se trata de impulsar el agregado de valor y el desarrollo de mercados alternativos internacionales y por el otro se toman medidas que restringen los accesos a esos mercados o se pone en duda el modelo agroexportador. Se intenta desarrollar las economías regionales en un país tan extenso como el nuestro y destruimos el transporte ferroviario. Reiteradamente hemos sembrado nuestra producción un tipo de cambio de referencia distinto al que usamos al momento de la cosecha.

La importancia del valor agregado a nuestra producción se multiplica exponencialmente si lo hacemos en origen, en las regiones donde la producción es obtenida. Para eso se necesitan políticas públicas y de largo plazo, financiamiento y estabilidad.

No es el espíritu de esta reflexión determinar cuál debe ser la política de estado, más o menos intervencionista, más o menos cooperativista, con más o menos libre mercado, será tema de otro debate, lo importante es que al menos sea coherente en el largo plazo.

La producción agroalimentaria mundial migra hacia la Bioeconomía y nosotros seguimos discutiendo políticas agropecuarias que atrasan 50 años. El sector privado va por un carril y el Estado, por el contrario.

Como siempre digo en mis escritos, no planteo certezas sino la intención de generar en el lector la duda suficiente para que haga su propio análisis y obtenga sus conclusiones.

Al igual que en la película, la tripulación está agotada, extenuada, pero aun así mantenemos la esperanza de superar la tormenta. 


Ing. Daniel Tardito



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