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Encerrados en las narrativas de la pandemia. Carlos Polo

 

Encerrados en las narrativas de la pandemia

Quizás el mayor encierro no sea la cuarentena epidemiológica sino el de las mentes en estado de pánico frente a un enemigo real que no puede ver. Una cosa es ayudar a que esta pandemia mate a menos gente y otra es ir sin hacer nada hacia un estado permanente de privación de la civilización.

Imagen referencial /Pixabay

Quizás el mayor enemigo de la humanidad en la actualidad no sea el COVID19 sino los gobiernos autocráticos que se están aprovechando de la crisis mundial. Quizás el mayor encierro no sea la cuarentena epidemiológica sino el de las mentes en estado de pánico frente a un enemigo real que no puede ver y entiende poco, pero sobre todo atrapadas por narrativas políticas con propósitos encubiertos. Son muchos los gobiernos que van legitimando un poder que va suprimiendo libertades fundamentales y que es capaz de someter a poblaciones enteras, con ciudadanos que lo aceptan con total pasividad precisamente por estar encerrados en las narrativas de la pandemia.

Pasará la pandemia del Coronavirus. Nadie sabe cuántas vidas se llevará, pero finalmente pasará (hay que recordar otras pandemias lamentables en la historia, algunos con millones de muertos y con el mundo finalmente volviendo a girar). Y surgirá un mundo post pandemia que reconfigurará los procesos sociales y políticos sobre la base de lo que se va gestando durante este encierro. Resulta evidente que hoy el mundo libre y los sistemas democráticos se enfrentan a un gran reto, aunque no todos lo vean por estar ocupados en lo urgente que es bajar el pico de contagios.

El martilleo mediático, que a veces incluye memes y ejércitos de trolls en redes sociales, nos repite 24/7 que miles de personas están muriendo de coronavirus por culpa de aquellos que salen de sus casas. Como resultado de este proceso de agenda setting de catástrofe planetaria, ninguna decisión del gobierno se somete a crítica. Al contrario, a veces sus acciones se sacralizan: confinamiento en casa, control policial y militar en las calles, multas, cancelación de reuniones sociales y culto religioso, cierre de fronteras, selección de pacientes por atender y de los que se devuelven a sus casas, de quien debe recibir un ventilador y en quien ya no vale la pena usarlo, uso de las reservas del tesoro nacional y compras a sola firma, quién debe recibir subsidios económicos del estado y cuánto, etc.

Una larga lista de medidas que se aceptan sin oportunidad ni espacios para analizar su pertinencia,  su moralidad y, en muchos casos, sus consecuencias –sobre todo pensando en las medidas económicas y de crecimiento del poder del Estado–. 

No es ninguna casualidad el extremo al que ha llegado el servilismo y la desvergüenza de los medios de comunicación

Un análisis sereno de lo que van decretando muchos gobernantes en diferentes países terminaría en una inquietante y nutrida lista de acciones reñidas con los principios y libertades recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos o en las Constituciones. Algunos no dudan en compararlo con los poderes que han tenido las dictaduras, tanto de izquierda como de derecha.

No es ninguna casualidad el extremo al que ha llegado el servilismo y la desvergüenza de los medios de comunicación para promover, halagar y celebrar las acciones de esos gobiernos, buscando ocultar todo rastro de ineficiencia o irresponsabilidad. No es casual tampoco que las narrativas sean muy parecidas ya sea en Europa o en América Latina. TV, radio y prensa escrita nos embuten con una alta dosis de información sobre los irresponsables que no siguen las directivas de cuarentena. También nos aplican otra dosis similar de los grandes esfuerzos de los gobernantes al mando de sus equipos de salud y fuerzas del orden pero que, sin embargo, no son suficientes por tremenda indolencia e insolidaridad de los infractores. Un muy conveniente traslado de responsabilidad hacia chivos expiatorios que quitan nuestra vista de las ineptitud de las autoridades y de los cambios legales que están operando y que, terminada la pandemia, les puede dejar con una cantidad de poder que Hitler o Lenin envidiarían. 

Como en toda narrativa para las masas, los villanos son unos súper malvados, culpables de todo lo malo que pasa. Y los héroes son seres cuasi angelicales dotados de una bondad y abnegación sin límites.

Y aunque la realidad dista mucho de esta visión maniquea, ha instalado en la mayor parte de la población lo que Agustín  Rosety Cózar ha descrito y bautizado como la religión del “santo encierro». Una narrativa que ha puesto e impuesto el encierro por encima de todas las cosas. Autoimpuesto con ascética y heroísmo. Predicado a los demás con convicción. Credo y dogmas rezados a través de los medios. Con denuncia profética y condena moral para infieles o herejes. Con liturgias de balcón y cantos. Con una fuerza tal que nos hace casi olvidar que cristianos, judíos, musulmanes y cualquier persona religiosa hace varias semanas que no pisa su propio lugar de culto –y en el caso de los católicos, que no podemos disfrutar de los sacramentos, inevitablemente físicos–.

Otro Agustín, Laje en este caso, explica que “la política del encierro, cuando se aplica sobre una población idiota, es transformada por esta última en reality show”. Un encierro enajenante que conduce a una estupidez insólita de largas sesiones de Netflix, jueguitos y challenges “sin tener la más pálida idea de lo que está pasando”. Blindados a cualquier elemento exógeno que cuestione la narrativa y compensados psicológicamente por el pseudo moralismo del “santo encierro”.

La cuarentena ha reducido a la gran mayoría de la población a sus tendencias más básicas: comer, sobrevivir y defenderse de los enemigos, ya sea el COVID19 o la gente que piensa que las exponen al contagio por pisar la calle o buscar un poco de sol. En algunos casos es una regresión en el proceso de civilización. Y con ese retroceso se aceptan sin discusión formas más primitivas de gobierno: una suerte de caciquismo moderno, gobiernos autocráticos que están aprovechando de la crisis mundial para blindar su poder.  

La historia está llena de pandemias y de sistemas totalitarios con planes de someter al mundo entero. Y de todo ello la humanidad siempre se ha liberado

Y aunque el panorama actual es sombrío, no debemos dejarnos llevar por la desesperanza. El ingeniero argentino Daniel Tardito nos propone que, una vez realizado el análisis descarnado de la realidad actual, ensayemos lo que llama “la teoría del cisne blanco”. Profesional del planeamiento estratégico, Tardito hace referencia a las externalidades imprevistas, “cisnes negros” usando la jerga de su rubro, y señala que la pandemia mundial del coronavirus es el monumental cisne negro que ha derrumbado cualquier previsión y paradigma previo. Pero como decíamos, acabará y el mundo seguirá girando. Y nosotros, inevitablemente, deberemos llevar adelante nuestras vidas.

Por esa razón, Tardito nos reta a mirar para adelante. Tiene que haber un cisne blanco en medio de este cisne negro que lo cambió todo, una oportunidad extraordinaria que sea aprovechada por aquel que ya esté pensando en lo que tenemos y en lo que vendrá, y no en aquello que hemos perdido, que se enfoque en lo que podemos hacer y no en lo que nos ha sido prohibido.

La historia está llena de pandemias y de sistemas totalitarios con planes de someter al mundo entero. Y de todo ello la humanidad siempre se ha liberado, liderada por los visionarios que no se han dejado amedrentar, han puesto las cosas en su sitio y han planteado respuestas alternativas, valientes y constructivas.

Tal vez no es tiempo de romper el sistema, pero sí de estar alertas. Una cosa es ayudar a que esta pandemia mate a menos gente y otra muy distinta es ir sin hacer nada hacia un estado permanente de privación de la civilización. En este sentido, el problema no es estar encerrado ni cuánto dure este confinamiento, el verdadero desafío es qué actitud tendremos frente a los gobiernos una vez salgamos de esto. Mucho depende de nuestra actitud psicológica y espiritual interior. Pero también de encontrar formas creativas de participar en un mundo que, ahora sí, será totalmente nuevo.

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