No somos gauchos- Diciembre 2020

No somos gauchos Diciembre 2020

 Hace ya algo más de cuarenta años que trabajo en el sector agropecuario, tanto en mi rol profesional como en el de productor y a esta altura de la vida, me pareció oportuno compartir algunas ideas sobre nuestra actividad, pero fundamentalmente dirigido al lector no habituado a estos temas, me refiero al habitante urbano. 

Me parece importante crear una vía de comunicación entre el mundo rural y el habitante de las grandes ciudades, particularmente en un país como el nuestro, donde el peso de la actividad es trascendental en la economía de todos y cada uno de los habitantes de nuestra Nación. 

He tratado, de utilizar un lenguaje sencillo y coloquial a efectos de lograr una mejor comprensión del lector no habituado a la terminología de la actividad agropecuaria, abordando aquellos temas que reiteradamente aparecen como debates en la opinión pública desde una perspectiva totalmente distinta. Este escrito no pretende otra cosa que tratar de generar un vínculo de comunicación con los habitantes de las ciudades desde un lugar no habitual e intentar que el mismo tenga una visión, al menos alternativa de nuestro sector, particularmente si tenemos en cuenta de que estamos presentes a la vida diaria de cada uno de ustedes, en vuestro desayuno, almuerzo, cena, gran parte de las prendas que viste y hasta en el combustible que utiliza en su vehículo. 

Cada uno de los 45.000.000 de argentinos, recibe en su mesa cada día, los 365 días del año, algo que algún productor generó en algún lugar de nuestro país, además de abastecer también a varios cientos de millones de habitantes en el mundo por vía de nuestras exportaciones, ya sea de productos de consumo directo (frutas, hortalizas, carne, aceites comestibles, biocombustibles, vinos, legumbres), como de consumo indirecto, es decir proteína vegetal para consumo animal, que serán transformadas en cada lugar del planeta en proteína animal (carne, leche, huevos).Parece increíble que un sector tan relevante, estratégico y tradicional, no sea percibido como tal por parte de la sociedad y entiendo que es responsabilidad absolutamente nuestra y no del lector. 

 El Campo y los precios agropecuarios uno de los tradicionales mitos urbanos, se refiere a los precios que percibe el productor, a cuanto vende su producto, asumiendo que el mismo tiene alguna injerencia directa en el mismo. 

El productor agropecuario NO es formador de precio alguno, es un tomador de precios liso y llano. Una de las incógnitas que tenemos cada año los que producimos, sea cual fuere nuestro producto, es a qué valor vamos a vender nuestra cosecha. Si se trata de un productor de commodities (trigo, soja, maíz, girasol, sorgo) sus precios se verán reflejados en las pizarras de los mercados mundiales al momento que decida vender, es lo que llamamos un mercado transparente. Si se trata de un productor de carne, su opción es tomar el precio de referencia del mercado de Liniers, valor sobre el cual, en más o en menos venderá en su zona. Si se trata de un productor de especialidades (uva, hortalizas, frutas, legumbres, alfalfa), el precio lo fijará la demanda al momento de la cosecha. 

En los tres escenarios, conocemos el precio real que tiene nuestro producto al momento de venderlo, nunca al momento de sembrarlo. En muchos casos y con más frecuencia en las especialidades, sucede más de una vez, que el valor ofrecido por el mercado (por una baja demanda o por una excesiva oferta) no alcanza para pagar el costo de cosecha y obviamente mucho menos para recuperar el capital de trabajo invertido. 

Es relevante que el lector no enfoque su imagen solamente sobre el productor de granos de la pampa húmeda, si no que visualice además al tabacalero de Jujuy, al porotero de Salta, al frutero del Alto Valle, al algodonero del Chaco, al azucarero de Tucumán o al lanero del sur. 

Es importante este ejercicio para comprender la diversidad de situaciones y particularidades que tiene nuestro sector. Es muy común que nos denominen EL CAMPO, como si nuestras realidades y problemáticas fueran todas exactamente iguales y creo que en este punto se inicia parte de la confusión. 

Hagamos un ejercicio. Imaginemos que yo me refiero a LA CIUDAD, como un todo, como una visión homogénea del habitante urbano, por lo cual asumo que la realidad de un habitante de Río Gallegos es similar a uno de Salta o Mendoza o la ciudad que el lector prefiera elegir, o para hacerlo más gráfico aún, incluir en el mismo análisis a un habitante de un barrio popular del Conurbano Bonaerense con un habitante de Puerto Madero o Recoleta. 

Esto que a todos les parece sencillo de entender por la cotidianeidad con la que se convive, no es percibido de la misma manera sobre el sector rural. También en el sector agropecuario hay indigentes, pobres, clase media y clase media alta.

 Hay quienes tienen el puerto de embarque a 30 kilómetros sobre autopista y otros están a mil kilómetros del mismo puerto, sin ferrocarril y en muchos casos con rutas en muy mal estado. Hay quienes están cerca de centros educativos y salud para poder educar a sus hijos y cuidar la salud de la familia y otros que ni siquiera tienen acceso a la luz eléctrica. 

No somos simplemente EL CAMPO. En general se tiene una visión pampeana del productor, utilizando el término pampeano para referirme a la zona central de nuestro país cerca de las grandes ciudades. En una analogía digamos que esa zona sería el “Barrio Norte agrícola¨, aclarando que no utilizo ese término de manera peyorativa alguna sino sólo para parangonar la excelente ubicación (cercana a los puertos, rutas, energía, salud y educación) el valor de esas tierras y la productividad de las mismas. 

Pero también es el campo el productor lanero de Chubut, el algodonero del Formosa, el tealero de Misiones, el nogalero de Catamarca, el frutícola Mendocino o el citrícola entrerriano, por citar algunos ejemplos. Imagine el lector la vastedad y heterogeneidad de nuestro país agropecuario, las extremas diferencias de clima, suelo, recursos hídricos, infraestructura, accesibilidad a puertos, energía y obviamente las diferencias de cada una de esas economías. Creo útil también separar lo que es el campo productivo de las grandes empresas comercializadoras transnacionales y de los grandes complejos internacionales proveedores de insumos. 

A unos les vendemos nuestra producción y de los otros nos abastecemos de semilla y agroquímicos, pero no son necesariamente parte integrante del sector productivo al que me refiero en esta nota. El productor no tiene capacidad especulativa significativa, ellos sí y nos suelen meter a todos en la misma bolsa. ¿Gauchos? Me parece importante continuar este breve viaje comunicacional intentando modificar la versión gauchesca del campo, tan habitual en el ciudadano urbano. Por el hecho de dedicarnos a la actividad agropecuaria, no necesariamente somos buenos jinetes, recitamos el Martin Fierro, tocamos la guitarra y bailamos zamba. Tampoco somos hábiles con el lazo, zapateamos el malambo ni usamos bombachas, botas y un sombrero de ala ancha. Esa mezcla de cocodrilo Dundee con Patoruzú con las que muchas veces nos identifican, no es real. Considero adecuado recalcar que no solo no reniego del patrimonio cultural propio de nuestro país, más aún, trabajo para conservarlo y difundirlo, pero asociar esa percepción con el campo argentino, no sólo es incorrecto, sino que está muy lejos de la realidad que vivimos y de alguna manera es la imagen que transmitimos al habitante no rural. Para utilizar una analogía que me parece descriptiva, es lo mismo considerar que un habitante de Buenos Aires, por el sólo hecho de ser porteño, sin duda, baila tango, recita milongas, usa pañuelo al cuello y sombrero y en su casa tiene un poster de Carlos Gardel. Sostengo que parte de este paradigma folclórico que nos envuelve es responsabilidad del error comunicacional del campo a las ciudades y no del receptor de la información. 

El habitual visitante de las exposiciones rurales de Palermo, termina creyendo que nuestra actividad son las destrezas ecuestres, carne al asador, bombachas, boinas, y un poco de olor a bosta. Tanto lo cree, que muchos visitantes urbanos terminan vistiéndose para la ocasión. Observan atentamente las juras de las diferentes especies y razas como si fuesen un simple desfile de modelos sin que nadie les informe que lo que están viendo son 100 años de dura selección genética, animales productivamente de elite mundial. Lamento desilusionarlos, pero nuestra vida diaria dista bastante de eso, la complejidad de ser un productor agropecuario (particularmente en nuestro país) es bastante más amplia y mucho menos bucólica.

 En primer lugar, algo importante a destacar, es que a diferencia de la mayoría de las actividades económicas, los productores agropecuarios competimos mano a mano con el resto de los productores del mundo. Nuestro competidor no es necesariamente el vecino u otro productor de la región o de nuestro propio país, nuestros competidores están desparramados por el mundo, haciendo lo mismo que nosotros y peleando por los mismos mercados, en general, con una gran diferencia, tienen previsibilidad, políticas de estado a largo plazo y ese mismo Estado, en la mayoría de los casos, los subsidia. Aquí, lamentablemente, no tenemos ese tipo de políticas desde hace décadas y paradójicamente es el campo el que subsidia al estado. 

En mi artículo de junio de este año, publicado en esta misma revista, “La Oligarquía Terrateniente” refiriéndome al peso del Estado sobre el sector decía…”el sector agrícola privado sembró en ese período (2019) 34.800.000 hectáreas y el Estado argentino se llevó el total de la producción de 7.698.000 has (sólo en concepto de retenciones sin incluir los demás impuestos). Si consideramos además que nuestro país siembra otros 2,6 millones de hectáreas con cultivos industriales, hortalizas y bosques implantados estamos, según el último Censo Nacional Agropecuario en unas 37.411.993 has en producción agrícola (esto no incluye la ganadería) por lo que proporcionalmente el estado nacional recibe el total producido sobre 20,5 % de la superficie sembrada”. Para sobrevivir a esa competencia, el productor actual debe manejar tecnologías de punta, genética animal y vegetal de última generación, técnicas de conservación de suelos y agua, georeferenciamiento satelital, agricultura de precisión, inseminación artificial, trasplante embrionario, riego inteligente, maquinaria cada vez más sofisticada, micro satélites, robótica entre otras cosas. 

El paquete tecnológico que aplicamos en el agro argentino hoy está al mismo nivel que nuestra tecnología satelital, muchísimo más desarrollado que nuestra industria y sin embargo, eso no es percibido por la sociedad. Es importante que el lector comprenda, como lo explico en varios de mis escritos, que nuestra actividad es de vanguardia tecnológica a nivel mundial, de muy alta eficiencia y con un potencial de crecimiento enorme. 

Al igual que en el campo de la medicina e informática, somos referentes para el mundo. Además, profesionales de diferentes disciplinas intervienen en los procesos de producción y transformación, buscando cada vez mayor eficiencia, eso explica por qué en un país diezmado productiva y económicamente por recurrentes e interminables crisis, el sector agropecuario es uno de los más competitivos y eficientes del planeta, ubicándonos en cuarto lugar a nivel mundial, detrás de China, Estados Unidos y Brasil. 

 La evolución de la productividad del sector se puede observar en un simple cálculo sobre la producción de granos. Un análisis práctico de lo expuesto es que en 1989 Argentina sembraba con granos 21 millones de hectáreas y producía 35 millones de toneladas. En el año 2019 la superficie ascendió a 37 millones de hectáreas y la producción a 134 millones de toneladas. Es decir la superficie creció un 76 % y la producción lo hizo en un 282 %. (Fuente SAGyP), casi tres veces más. Ninguna otra actividad económica ha registrado ese crecimiento tecnológico y económico en nuestro país. Sólo a título ilustrativo y enumerativo, profesionales de la nutrición, microbiología, química, genética, mecánica, medio ambiente, informática, administración, economía, edafología, clima, entre tantos más, trabajan cada día para buscar un mejor y más eficiente manejo del sector productivo más competitivo de nuestro país. 

La percepción general de que el campo es un simple proveedor de productos que se originan por un generoso regalo divino de la naturaleza, sin llegar a comprender los miles de horas de investigación, trabajo, capital y riesgo que tiene nuestra actividad, es una severa distorsión de la sociedad en su conjunto. La tierra en sí mismo no produce, hay que hacerla producir. 

No quisiese desilusionar al lector sobre algunos aspectos de la realidad, pero más allá de lo aprendido en la escuela, la vaca no nos da la leche, la oveja su lana, la abeja su miel, las aves sus huevos o las plantas sus frutos. Cada día miles de productores hacemos que eso pase, con tecnologías cada vez más sofisticadas. Esa romántica y cinematográfica versión con la que crecimos y nos educaron, lamentablemente no es cierta. 

Cada kilogramo de proteína animal o vegetal producidos por el hombre requiere de innumerables procesos que deben ser analizados, programados, ejecutados y controlados profesionalmente. Hoy va quedando relegado el concepto de producción agropecuaria y comenzamos a hablar de Bioeconomía, pero dada la complejidad e importancia de esta nueva disciplina será tema de otra nota. Como siempre planteo, lo más importante es haber logrado la duda e inquietud del lector para que el mismo saque sus propias conclusiones que a la postre son las más importantes. 

Ing. Daniel Tardito. Productor agropecuario de Mendoza.

Prof. Planeamiento Agropecuario. Facultad de Ciencias Agrarias. UB

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